miércoles, 9 de septiembre de 2020


 

 

LOS CUENTOS DE AMALA: DOÑA GEOSMINA

 

 

Dicen que Doña Geosmina sale poco a pasear, que en contadas ocasiones se puede percibir su presencia. Sin embargo, no es cierto del todo, bien es sabido que existen lugares en los que sale mucho más que en otros. Lo que sí que es cierto es que su presencia afecta a todos y, para verlo, vamos a relatar un día en la vida de Doña Geosmina. Ved y luego me contáis.

Hoy de buena mañana ha aparecido, no es que siempre llega por la mañana, lo puede hacer a cualquier hora del día o de la noche, pero hoy, ha sido por la mañana; ha sido madrugadora. Como siempre, sus días son lluviosos, de ahí que cuenten que no se lleva bien con el sol, que tuvieron alguna discusión. No es verdad. Os cuento la historia:

El sol, aunque no lo parezca, es un apasionado por los perfumes. Le encanta olfatear un buen aroma. Las flores y él tienen un gran acuerdo, el sol las acaricia con sus rayos y les da calor y, a cambio, las flores le ofrecen su olor y sus fragancias. Pues bien, Doña Geosmina tiene un olor muy peculiar, y que realmente es fascinante. Es uno de los olores que además de agradar al olfato da tranquilidad. Sí, como lo oís, es un olor que da a las personas paz, tranquilidad y relajación. Hay olores que gustan más o menos, que se huelen y agradan, pero hasta ahí llegan. En este caso va mucho más allá. El olor de nuestra amiga afecta al estado emocional de las personas; alegra, relaja, motiva reacciones, y es sorprendente. El sol se enamoró de ella desde el primer momento que la conoció. Fue lo que los humanos denominan: amor a primera vista. Sin embargo, existía un gran obstáculo: el olor de Doña Geosmina con el calor desaparece. Sí, al entrar en contacto con el calor se evapora, desaparece y ya no huele. El sol estuvo muy apenado, tan sólo podía disfrutar de su aroma unos segundos. Además, si él lo olía, en pocos segundos, el resto tampoco lo podía oler. Le daba una profunda tristeza por él y porque debido a su presencia el resto no podía disfrutar de ese aroma tan especial. Entonces, hablaron muy seriamente el sol y Doña Geosmina, se querían y se respetaban mucho, y decidieron que el sol en alguna ocasión se asomaría a oler su fragancia y que en el resto de ocasiones tardaría todo lo que pudiese en ir a oler para dejar al resto disfrutar de su olor. Para él era un gran sacrificio. Y así lo decidieron. ¿Veis? No están enfadados y, además, se adoran. Se persiguen continuamente, donde va ella acude él y ella le espera.

Aclarado ya que no existe ninguna discusión, vamos a disfrutar de Doña Geosmina. Por ahí llega don caracol, vayamos a saludarlo:

-        ¡Hola don caracol! Se le ve con mucha prisa.

-        ¡Hola! Sí. Y te digo por qué. Es que Doña Geosmina va a aparecer. Hay que subir, subir, subir,…

-        Entiendo, entiendo.

 

Supongo que no entenderéis nada. Don caracol no sale mucho de casa tampoco. Es muy raro que salga pero siempre, siempre, sale cuando aparece Doña Geosmina. Trepa por las ramas, trepa por las piedras, sube por las paredes, arriba, arriba, es su obsesión. A disfrutar de ella, ¡a disfrutar!.  Mientras no para de mover sus ojos hacia un lado y hacia otro. ¿Os dais cuenta de cómo está de fiesta don caracol?

-        Dígame Don caracol, ¿usted conoce a Doña Geosmina?

-        ¿Cómo? Nadie la ha visto jamás. Eso lo sabe todo el mundo. Deje, déjeme tranquilo que tengo prisa. Que si la conozco, de dónde habrá salido….

 

Es verdad, tiene razón Don caracol, nadie ha visto jamás a Doña Geosmina pero todos son capaces de olerla. Es algo así de extraordinario, sí. Y sólo tiene una gran amiga: la lluvia. Siempre van juntas, donde está una está la otra. Dicen que son amigas desde que el tiempo es tiempo, que siempre han ido juntas y que son inseparables. Se cuentan sus cosas y, por qué no, algún que otro chismorreo. La lluvia viaja mucho, pasa por todos los países y, la verdad, se entera de todo. Sin embargo, no es eso lo que las une. Las dos son muy beneficiosas, la lluvia riega las plantas, limpia el ambiente, da de beber a todos los animales y hace que todo florezca. Y, por su lado, Doña Geosmina es la fragancia que purifica, y trae paz.

¡Huy! Empieza a llover, disfrutemos de su frescor, y esperemos a Doña Geosmina, que no tardará en aparecer. Silencio… Disfruta… Siente…

 

A.    A.Machancoses

 

PD.: La geosmina, es una sustancia química producida por la bacteria Streptomyces coelicolor y algunas cianobacterias que se hallan en el suelo y son perceptibles típicamente cuando la tierra se humedece; por ejemplo, cuando llueve.

jueves, 27 de agosto de 2020

 

 


 AUDIOCUENTO: https://drive.google.com/file/d/1IFeZBVxV8dtesZbKIkncMJqWU_VAKeO7/view?usp=sharing

LA CIUDAD

Existía una ciudad a la que todos querían llegar. Era un sitio en el que se vivía en paz, en armonía, en la que todos aportaban al conjunto de sus habitantes sus habilidades. En realidad, todos, absolutamente todos, tienen algún don. Pues bien, en esa ciudad, todos hacían lo que mejor sabían hacer, y lo mejor posible. Todo se puede hacer mejor, tus habilidades las puedes llevar al nivel de la excelencia. Había personas que pensaban que sólo se trataba de una leyenda, de un cuento, y se reían de aquellos que les brillaban los ojos al hablar de esa ciudad y de su voluntad de trasladarse a ella. No sólo no concebían que pudiera existir un sitio de ese estilo sino que, además, se reían y menospreciaban a los que sí creían en ella. Cuantas veces se escuchaba los calificativos de: “qué persona más ilusa”, “vive en otro mundo”, “eso no es posible”, “trabaja y déjate de historias”. Sin embargo, se les olvidaba algo muy importante a todas esas personas que no querían alcanzar nada mejor y, al mismo tiempo, no querían que el resto lo alcanzase; la fuerza de querer algo, la fuerza de la ilusión, la fuerza de crear una realidad mejor. No hay nada más imparable que una persona decidida a lograr un sueño, un proyecto, y una ilusión. Seguramente, por el camino hay personas a las que sí logran desanimar, personas que al final se dejan llevar y que por comodidad se quedan inmóviles.  Qué triste negarse a uno mismo sus proyectos y sus sueños.

Pero vayamos a ver cómo es esa ciudad, unos decían que estaba escondida dentro de un bosque, que para llegar hasta ella se tenía que atravesar una zona llena de árboles encantados y criaturas de una fealdad extrema con feroces colmillos. No era fácil llegar y había que ser valiente para llegar hasta allí. Otros decían que se encontraba en un valle, entre los picos de unas montañas nevadas, con un sendero muy estrecho y peligroso, que hacía falta para poder llegar porteadores y animales de carga. Y, otros, indicaban que la ciudad se encontraba en una isla que no se encontraba en el mapa. Era una isla mágica que emergía sólo para aquellos que eran elegidos para vivir en ella. Para aquellas personas que los habitantes de la ciudad consideraban que sí que eran dignos de vivir con ellos. Como podéis observar, a todos les parecía difícil acceder a ella, estuviera donde estuviera, había que realizar un gran esfuerzo para acceder y se hablaba de ella como una leyenda, como un lugar mítico, un lugar casi inalcanzable. No negaban su existencia pero sí que insistían en la dificultad de llegar. Quizá se trataba de explicaciones para seguir dónde estaban, para dar un motivo a uno mismo para no hacer nada. No voy porque es muy difícil, no voy porque es casi imposible, ¿para qué esforzarme?

Pero continuemos. La ciudad era un sitio creado por personas que creían en el todo, es decir, todos eran todo a la vez. Todos creaban para todos, todos vivían todo, y todos estaban formados por todo. Es decir, vivían todos con un propósito final y común, todos creían en que se podía vivir sin envidia, sin rivalidad, sin la necesidad de ser más que el resto, vivir en paz, vivir con solidaridad y aunando las fuerzas de todos. Cada cual aportaba sus habilidades para el resto. El que sabía cocinar cocinaba, el que sabía cultivar cultivaba, el que sabía enseñar enseñaba, y así todos. Se trataba de aportar a la comunidad, a la ciudad. No se trataba de aprovecharse, tener más y ser el mejor. Era cuestión de vivir, compartir y aportar. Ayudar y ser ayudado, dar y recibir. Las calles tenían paz. El ambiente era de felicidad. Simplemente vivir, ser y estar. ¿Están todas las personas preparadas para vivir de ese modo? Es posible que así sea, sin embargo, ¿por qué negarle la posibilidad de esa vida a alguien que lo desea? Y, ¿por qué dejarse desanimar?

Siempre, siempre, hay que creer en uno mismo. Lo que puedas imaginar lo puedes crear. Trabaja por ti, trabaja por tus sueños. Cree en ti. Persigue tus metas, no importa lo grandes o pequeñas que sean. Son tuyas. Quizá todavía no tenemos la ruta para llegar a la ciudad, o sí.

 

A.    Machancoses

 

 

 

 

martes, 28 de julio de 2020











            
CUANDO LAS COSAS BRILLAN


 


Es verano y brilla el sol


Cantan las cigarras, hace calor


Sopla el viento, se mecen las hojas


Los ríos bajan alegres al mar


Es tiempo de risas


Saludemos al sol


La luna espera su momento para brillar


No hay oscuridad, todo brilla


Hasta en el fondo del mar


Qué bien está cuando todo está


Todo es lo que es, sin más

viernes, 14 de julio de 2017




BAILE DE BAMBÚ

He escuchado y leído grandes leyendas. He visto a personas afrontar los retos de sus vidas. Quizá, a grandes retos grandes personas. Tan sólo sé una verdad; la historia se escribe haciendo, luchando y creando, de ese modo, nuevas leyendas. Los grandes hitos son recordatorios de que se puede conseguir. El bambú no fue siempre como es, cuentan que antes era duro, recto y, algunos se atreven a decir que, hasta antipático. Su meta era crecer y crecer para llegar al cielo. Nunca miraba a su alrededor, sus ojos estaban puestos en el cielo. No se relacionaba con nadie. El bambú a pesar de su actitud siempre crecía en grupo y, aunque entre las cañas de bambú no se hablaban, estaban muy pegadas unas de otras. El viento observaba al bambú, para él era loable su determinación, sin embargo, también era consciente de la soledad, dureza y tristeza que tenían. De este modo, el viento decidió que había llegado el momento de que el bambú aprendiera a luchar por sus metas sin dureza y con amor.
Una mañana el viento empezó a soplar sobre el grupo de cañas de bambú. Ellas se esforzaban por seguir rectas, por mantener intacta su postura. Todas en silencio. El viento soplaba y decía: “bailad”. Ninguna hacia caso, ni siquiera miraban. El viento seguía con su empeño y cada vez era más fuerte su ráfaga. Y repetía: “bailad”. Su situación estaba llegando al límite, si continuaban así seguramente se iban a resquebrajar. Y el viento: “bailad”. Las cañas empezaron a mirarse unas a otras. Estaban todas desconcertadas. Intentaron agruparse para seguir rectas y erguidas. El viento les dijo: “así mejor, pero, no”, y continuó soplando. El desconcierto entre ellas fue mayor. Por un lado no entendían qué se proponía el viento y, por otro lado, estaban emocionadas experimentando lo que era interactuar entre ellas. Habían conocido lo que era la amistad, y era reconfortante. Sin embargo, el viento no cesaba en su empeño. “Bailad”.  
Una de las cañas de bambú pensó que se iba a partir por la mitad y se dejó llevar, el viento la meció con cariño. La caña se dijo para sí misma que aquel era el fin y, sin embargo, se sintió mecer y querer. Aquel movimiento no sólo aliviaba su dolor sino que le daba libertad y placer. Iba de un lado a otro, subía y bajaba. Aquello era maravilloso. El viento decía: “eso es, baila”. Era fantástico, no podía creer lo que estaba haciendo y, sobre todo, pensaba en todo lo que se había perdido hasta el momento. El resto de cañas se fueron soltando poco a poco. Entre ellas se podía escuchar la música de la libertad y el placer. El viento estaba orgulloso: “bailad pequeñas, bailad”.
Desde entonces, el bambú se volvió flexible, originó su propio baile y, por supuesto, en grupo.

 A. Machancoses





















           








QUIERO

Bajo la capa de los minutos que se viven sin vivir a lo largo del día. Tras los pensamientos no pensados y que no tienen dónde ir. Detrás de la apariencia de la normalidad. La vida, está. Sí, la llama de la vida está viva. Como un gran maestro, que sólo era una persona más, tan sólo hay que mirar. La libertad de ser, de querer, de pedir, de hacer, porque yo:

                Quiero la paciencia y el empeño de las hormigas.
                Quiero la fuerza de un león.
                Quiero la flexibilidad del bambú.
                Quiero la libertad del gorrión que vuela.
                Quiero el amor de la madre osa.
                Quiero los colores del arcoiris.
                Quiero transformarme como la mariposa que sale de su capullo.
                Quiero la estabilidad de la tierra.
                Quiero la frescura de la lluvia.
                Quiero mecerme en el mar.
                Quiero el olor de la niebla.
                Quiero la vida de la selva.
Y, todo lo que quiero, está.

A. Machancoses